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Periodismo en Tucumán

Por Indalecio Sánchez

A las 5 AM está en pie. Desayuna, observa el smartfhone que con mucho esfuerzo logró adquirir y enciende la radio. En minutos, su propia voz será la que se filtrará por el aparato y los oyentes escucharán su reporte político de la primera mañana. Ese es el primero de los varios trabajos que día a día desarrolla Luis en una ciudad ubicada a menos de 10 minutos de San Miguel de Tucumán. El resto de sus empleos están vinculados con la docencia y con la venta de publicidad para el programa propio que pone al aire en otra radio los sábados.

Luis representa a un periodista promedio de Tucumán. Salvo un privilegiado y minoritario grupo de colegas, el resto debe repartir su día en las actividades más diversas para poder llegar a fin de mes. En esta pequeña provincia subtropical, el trabajador de prensa está mayoritariamente precarizado y esa condición lo hace vulnerable ante los poderosos, siempre ávidos de controlar las noticias.

La precarización laboral es el demonio que hunde en el peor de los infiernos a gran parte del periodismo tucumano. Su cancerbero es la falta de capacitación, que de a poco va perdiendo potencia de la mano de la aparición de las primeras camadas de licenciados en Ciencias de Comunicación, que comenzaron a dar las carreras de la universidad pública y de la privada. La primera inauguró hace una década y, la segunda, hace 15 años. Sus frutos, aún inmaduros, se mezclan con la dura realidad cual refrescantes gotas de lluvia en plena siesta estival.

El escenario más desfavorable se observa en las radios, donde la mayoría de los periodistas no posee un sueldo fijo, no está registrado y debe vender publicidades para conseguir un ingreso. Una situación similar se observa en dos de los tres diarios de circulación provincial: El Tribuno de Tucumán y el Siglo. El tercero es La Gaceta. En los dos canales de aire de la provincia (el 8, del Grupo Telefé, y el 10, que es mitad del Estado y mitad de la Universidad) y en las dos grandes proveedoras de televisión por cable (Supercanal, de capitales nacionales, y CCC, cuyos propietarios son tucumanos) la situación es menos extrema, aunque también hay un número marginal de empleados con contratos precarios o a prueba. El periodismo que se realiza alquilando espacios de radio o de TV está contaminado por la necesidad de conseguir dinero para costear los gastos fijos, por lo que gran parte de las producciones se dedica más a cumplir con los avisadores que a desplegar informes de corte netamente periodístico.

En este marco desalentador a prima facie se desarrolla una tarea periodística dificultosa, mal vista, mal pagada, prejuiciosa e interesada, que sin embargo deja lugar para que aparezcan producciones que inflan el pecho y llenan el alma de los que defendemos esta profesión por encima de los intereses políticos y económicos.

Un mal presente

La Asociación de Prensa de Tucumán (APT) posee más de 1.000 socios. De ese total, según las fuentes del sindicato consultadas, alrededor de 800 desarrollan tareas periodísticas (periodistas propiamente dichos, camarógrafos, fotógrafos, editores, etcétera) y el resto técnicas o administrativas. Apenas entre un 20% y un 25% de esos 800 afiliados están registrados y gozan de un empleo en blanco. Es decir que sólo poco más de 200 periodistas trabajan en condiciones relativamente estables y nobles en esta provincia. De ahí la afirmación que la precarización es el límite más potente que encuentra un periodista para desarrollar su tarea. Llega a extremos tales que, según datos de la propia APT, absolutamente ningún periodista del interior provincial, de ningún medio electrónico o de papel, está registrado. En esos casos, el sindicato optó, hace algunos años, por extender a esos “trabajadores de prensa” –como ellos mismos prefieren llamarlos- un carnet de periodista y la posibilidad de afiliarse al gremio con el pago directo de una cuota sindical mínima.

Este mal no es menor. La precarización es como esos virus que bajan las defensas del organismo y permiten que ingresen otros más nocivos. Esa vulnerabilidad coloca a un grupo importante de periodistas ante la tentación de sucumbir a los cantos de sirena de políticos, empresarios o dirigentes deportivos que seducen a esa “persona profesionalmente dedicada en un periódico o en un medio audiovisual a tareas literarias o gráficas de información o de creación de opinión (definición del Diccionario de la Real Academia Española)”. Los convencen para que divulguen sólo información que sea en su favor y no en beneficio del bien común. Pocos logran decir que no ante la necesidad. Si bien es difícil justificar la carencia de ética o de honorabilidad o de compromiso para con la profesión, lo cierto es que en muchos casos el aprieto por pagar las cuentas o por llevar el pan a la mesa familiar vence la voluntad de los bienintencionados y anima a probar suerte a los oportunistas.

En ese marco, en Tucumán abundan los medios, los programas y los periodistas “oficiales”. El gobierno de José Alperovich, que lleva más de una década gobernando la provincia, se subió a la ola interventora de los medios de comunicación que se instaló con fuerza en gran parte de América latina en los últimos 15 años. Siguiendo el ejemplo kirchnerista, apenas resultó electo gobernador en 2003 comenzó con un minucioso plan de compra y/o presencia en radios, diarios, canales de TV y páginas de internet. Su primer desembarco fuerte fue en Canal 10, que por ese entonces pertenecía a la universidad estatal y estaba concesionado a un operador privado. Desde allí, Alperovich buscó marcar la agenda y volcar la balanza periodística a su favor. Lo logró. Luego, comenzó a extender su poderío mediático adquiriendo, a través de amigos o testaferros, las emisoras de frecuencia AM y FM de mayor cobertura. También buscó sellar alianzas publicitarias con los medios gráficos y con los canales en los que no pudo dominar totalmente la agenda periodística. Copó y ayudó a que se desarrollaran sitios web de noticias afines a su gobierno. En definitiva, Alperovich dejó semisellada la voz periodística independiente, de la mano del uso de la billetera estatal y del “permiso” de empresarios dueños de medios de comunicación. El manejo oficial de la información llegó a niveles tales que diputados nacionales y legisladores provinciales denunciaron ante la Justicia a medios y propietarios de medios por la discriminación manifiesta de la que eran objeto.

Bajo ese régimen, decenas de periodistas se vieron amordazados, perseguidos y maniatados. Enfrente poseen “monitores” implacables que lejos están de permitir, simplemente, que los periodistas de sus propios medios cumplan con la función de informar de manera clara, precisa, ecuánime y veraz. Algunos optaron por el yugo del silencio, otros por renunciar a esos empleos y varios se convirtieron en cuasivoceros –felices- del Gobierno amordazante.

La mala educación

La formación de gran parte de los periodistas tucumanos es escasa o desactualizada. La mayoría de los colegas que trabaja actualmente en algún medio de comunicación llegó a ese puesto laboral por vocación, suerte o curiosidad. Sin intención de ingresar en el debate respecto de la profesionalización del periodismo, el propio ejercicio profesional demuestra que nuestra actividad no deja de ser un oficio, pero de esos que exigen un nivel de educación exquisito, manejo de las letras y una cultura general que nos permita abordar las más diversas temáticas. Parafraseando al colega español Álex Grijelmo: “Hay algo que sigue incólume (en el periodismo): el principio de que el lenguaje es un instrumento de la inteligencia. Nadie podría interpretar bien el Concierto de Aranjuez con una guitarra desafinada, nadie podría jugar con auténtica destreza al billar si manejase un taco defectuoso. Quien domine el lenguaje podrá acercarse mejor a sus semejantes, tendrá la oportunidad de enredarles en su mensaje, creará una realidad más apasionante incluso que la realidad misma” (Del libro “El estilo del periodista”, página 24, Edición 2014-Taurus). Siguiendo los dichos del director adjunto de El País, en Tucumán se trabaja con una guitarra desafinada. Apenas un puñado de viejos periodistas mantiene aquella mística de los hombres sabios y bohemios que poblaban las redacciones. El resto posee una formación insuficiente, con severos y notables problemas para transmitir ideas correctamente y más aún para adaptarse a los diversos cambios que enfrenta la sociedad desde el comienzo del nuevo milenio.

La aparición de la primera carrera de Comunicación Social en Tucumán, en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (privada), en 1998, vino a cubrir parte de la evidente necesidad educativa de un numeroso grupo de periodistas que ya venía ejerciendo la profesión prácticamente sin formación alguna. En aquella oportunidad, de unos 100 inscriptos en el primer año de existencia de la carrera, alrededor del 70% estaba integrado por trabajadores de prensa activos. Salvo excepciones, todos esos jóvenes periodistas terminaron con el título bajo el brazo y rápidamente mejoraron su condición laboral. La experiencia educativa, para aquella primera camada de egresados, fue positiva.

Seis años más tarde, en 2004, la Universidad Nacional de Tucumán parió la carrera de Ciencias de la Comunicación. Junto a esa creación apareció el boom de inscriptos para esta carrera. En ese año de lanzamiento los anotados fueron 1.800. Sin embargo, tres años después la matrícula mermó casi un 70% y apenas 524 jóvenes se habían anotado en Ciencias de la Comunicación. Desde aquellos primeros años hasta la actualidad, la carrera sufrió altos y bajos en la matrícula. También en la cantidad de egresados por año, que no superan los 100. En el camino, un 60% abandona la carrera y otra gran cantidad de estudiantes recursa materias una y otra vez. Algunos más le toman el gusto al trabajo y dejan los estudios para probar suerte en medios de comunicación o departamentos de prensa de algún ente público o privado.

La principal falencia de ambas carreras es que poseen una currícula desactualizada, muy poco orientada al periodismo y alejada de la actualidad de la profesión. A modo de ejemplo: hace apenas dos años que se dicta la materia Periodismo Digital en la universidad privada (es cuatrimestral) y en la pública hay una materia similar (también cuatrimestral), pero optativa. La bibliografía que se utiliza en las asignaturas afines al periodismo data de mediados del siglo pasado, en algunos casos, y no se renuevan definiciones ni consignas ni fórmulas para el ejercicio periodístico.

La escasa capacitación es la sal de la que se valen los poderosos para precarizar o manipular a los periodistas. Es más fácil apretar a quienes se sienten débiles desde lo profesional que a periodistas que se saben poderosos con la pluma o con el habla para hacer escuchar sus reclamos. Por suerte, los aires universitarios y el empuje de las nuevas generaciones comienzan, de poco, a revertir esta situación.

Una luz de esperanza

No todas son malas en el Tucumán del irrespeto por las instituciones y de los periodistas mal pagados o amordazados. Una joven camada de apasionados por esta profesión amenaza al poder y a la mala paga con propuestas periodísticas innovadoras, comprometidas y llenas de entusiasmo. Hay desde agencias de noticias alternativas como APA (Agencia de Prensa Alternativa), hasta propuestas de periodismo narrativo online como la de Tucumán Z. En ambos casos, se trata de emprendimientos liderados por jóvenes periodistas, algunos recientemente recibidos de las carreras de comunicación social y otros que transitan los últimos años académicos. Son periodistas que poseen un chip distinto: el de los millennial que pueden realizar varias tareas al mismo tiempo; el de la responsabilidad instalada, pero con códigos y tiempos diferentes; el del aburrimiento rápido y el poco apego a normas convencionales de horarios, saco y corbata.

Los jóvenes del nuevo siglo llegaron para bien. No es la generación perdida, sino la consciente, la innovadora; la que pregona la felicidad, la que está dispuesta a hacer lo que le gusta más allá de cualquier esquema o definición académica. Son los que están revolucionando el periodismo en el mundo y los que comenzaron, en Tucumán, a hallar esos recovecos para saltar el cerco informativo que el poder político y económico instaló en la provincia. Aparecen por las radios, por la web, por los canales de TV y por tabloides diversos. No piden permiso, porque los emprendimientos son suyos. No ganan mucho dinero (o no ganan nada), pero disfrutan lo que hacen. Están dispuestos a poner su cara y su cuerpo por una idea, pero no harán lo mismo por un sueldo abultado que les vacíe el alma.

Allí se debe trabajar. En colmar de capacitación a esos entusiastas que nos mueven las cómodas sillas de escritorio. Son el futuro y las generaciones anteriores de periodistas desencantados, enojados, mal capacitados o precarizados son las que debemos tener la grandeza –y la visión- de darles las herramientas necesarias para que su ímpetu provoque una revolución similar a la que la generación de los Lanata, los Caparrós, los Pergolini y los Castelo, entre otros, encabezaron en los 80.

El desafío latente

Está claro, entonces, que el periodismo en Tucumán presenta problemas y ofrece oportunidades. Lo que resta es superar los inconvenientes y capitalizar lo bueno. En ese camino lo fundamental es la capacitación, para manejar las nuevas herramientas digitales y para reflotar viejas y efectivas máximas del periodismo. Es innegable que las redes sociales, las aplicaciones web y el movimiento que pregona que haya datos y fuentes abiertas ofrecen oportunidades insoslayables para los periodistas. Es de necios negarse a aprovechar y a utilizar lo que la tecnología nos ofrece para desarrollar mejor nuestra tarea. Quienes no se suban a la gigante ola informática quedarán relegados a viejas y convalecientes estructuras. Habrá que aprender a buscar y procesar datos, a infiltrarse en las redes sociales y a dialogar de igual a igual con lectores y foristas, abandonando aquel dañino pedestal al que los periodistas supimos estar trepados durante décadas. Respecto de las oportunidades, se encuentran en la innovación y en la capacidad de romper moldes. No está resuelto para muchos medios convencionales cómo monetizar sitios web o cómo mantener audiencias ante una generación que se crió en la gratuidad de internet. Sin embargo, cada vez aparecen más y mejores opciones y soluciones para este dilema. Los lectores colaborativos, los socios y los voluntarios sostienen ya varios emprendimientos periodísticos de pequeña y mediana escala. Así como hay colegas dispuestos a trabajar sólo en lo que les interesa, también hay lectores que depositan su dinero en ese blog, página o programa que lo entusiasma. El cambio en el periodismo es profundo. Llegó la hora de que pensemos cómo haremos para que nosotros y quienes vienen detrás de nosotros estén listos para enfrentarlo. Y triunfar

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